Mientras continuamos nuestro camino de Cuaresma, rezo para que este sea un tiempo en el que nos acerquemos a Dios. La Iglesia nos anima a abstenernos de comer carne el miércoles de ceniza y los viernes de cuaresma y a ayunar el miércoles de ceniza y el viernes santo. Esta es una observancia mínima y esperamos que nos lleve a otras observancias que nos asistan a vivir este Tiempo Santo de una manera que nos ayude a amar a Dios y a amar a nuestro prójimo con más fuerza.
La mera observancia de la Cuaresma carece de sentido si no produce el bien en nosotros. Uno de los primeros santos de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, nos advirtió sobre nuestra observancia de la Cuaresma y afirmó que no tiene ninguna ventaja para nosotros a menos que produzca nuestra renovación espiritual. Es necesario que durante el ayuno cambiemos toda nuestra vida y practiquemos la virtud. Apartarse de toda maldad significa mantener nuestra lengua en la mejilla, refrenar nuestra ira, evitar todos los chismes, mentir y jurar. Abstenerse de estas cosas es el verdadero valor (de nuestra observancia de la Cuaresma).
Nos hacemos una injusticia si vemos nuestras observancias cuaresmales de la oración, el ayuno y la limosna como cosas que se hacen durante 40 días y luego se descartan al volver a nuestras costumbres anteriores. La palabra Cuaresma significa primavera y la Cuaresma es una oportunidad para renovarnos y convertirnos en la persona que Dios nos llama a ser. La Cuaresma tiene un tono sombrío. Se nos desafía a recordar nuestra mortalidad. La breve frase que se nos dice el Miércoles de Ceniza establece ese tono: "Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás". Son palabras serias que pretenden sacudirnos para que hagamos una valoración honesta de nosotros mismos. Si muriéramos en este momento, ¿querríamos estar así ante el juicio de Dios?
La Cuaresma señala una dura verdad: todos vamos a morir. Estamos aquí sólo por el momento. Somos viajeros de paso por este mundo. Dios nos ha dado este maravilloso mundo para que lo utilicemos, pero no para que nos apeguemos a él y, desde luego, no para que prefiramos el mundo a él y a su amor. Tomás de Kempis, el gran escritor holandés del siglo XV, escribió Espera un poco, alma mía, aguarda la promesa de Dios, y tendrás la plenitud de todo lo que es bueno en el cielo. Si anhelas desmesuradamente los bienes de esta vida, perderás los que son celestiales y eternos. Utiliza bien las cosas temporales, pero desea siempre lo que es eterno. Las cosas temporales nunca podrán satisfaceros del todo, pues no habéis sido creados para disfrutar de ellas solamente... porque vuestra felicidad y dicha sólo están en Dios, que ha hecho todas las cosas de la nada.
Nuestra oración de Cuaresma debería ser la de San Agustín, que escribió: "Señor, tú me conoces. Deja que te conozca". Advierte que no se puede permitir que las cosas de la vida nos distraigan de Dios: "En cuanto a las demás cosas de esta vida, cuanto menos merezcan lágrimas, más probable será que se lamenten; y cuanto más merezcan lágrimas, menos probable será que los hombres las lamenten". La Cuaresma es un tiempo para poner en orden nuestras prioridades. Es el momento de arrepentirnos de todas las tinieblas de nuestra vida y volvernos a la Luz que es Cristo. No es el momento de demorarse porque un día todo quedará expuesto ante el brillo de Cristo.